23.12.14

La casa de mi madre

Ahora, sin mi madre, la casa parecía mucho más grande y tranquila y fresca que antes. Su muerte no sucedió de un día para el otro, sino que fue más bien un largo proceso de seis meses en salas de espera, respirando ese hedor a enfermedad y alcohol, e incontables visitas a médicos que no hicieron más que confirmar lo que acabó sucediendo. Así, entonces, la fatalidad de perder a mamá fue amortiguada por el deseo de concluir con ese sufrimiento ineludible - al menos para mí ya que mis hermanos se mostraban mucho más hundidos y ausentes. Fui yo la que sintió el impulso de tomar las riendas y plantear qué hacer con la casa, no me pregunten por qué, no sabría responderlo ahora mismo, aunque si me apuran diría que tal vez por ser la hermana mayor, y también por esa reacción tan femenina de aplacar el dolor aferrándose a asuntos más prácticos, no lo sé, no es que me sienta especialmente responsable de mis dos hermanos, ni tampoco jamás fui de las que esconden o esquivan el dolor, tal vez, si lo pienso un poco más puede que sea porque soy la única de los tres que vive afuera del país, y eso me acota el tiempo para resolver temas administrativos antes de regresar a mi vida en el DF, o pensándolo mejor -y no sin sentir un poco de vergüenza- tal vez me interesé por la casa a raíz de un impulso estético que me generó un amante arquitecto al que conocí el tercer día de estar en Buenos Aires, y que se dedicaba a refaccionar casas, o evolucionar ambientes, según sus propias palabras.
Nos conocimos de casualidad en una exposición de fotos a la que fui para distraerme, y hablando resultó que teníamos un amigo en común a quien ninguno de los dos veía desde hacía años. Esa misma noche nos acostamos. Yo debí estar muy necesitada por desahogarme, o muy agotada de mi madre, mis hermanos y la situación en general, porque en su cama, desnudos y ya entregados a la confianza y complicidad brutal de dos amantes que se acaban de conocer y amar, le confesé que lo peor de regresar a Buenos Aires era entrar en la casa de mamá y respirar ese halo oscuro que fue desprendiendo desde que todos los hijos nos fuimos y ya no supo cómo evadir sus desgracias y naufragios.    



19.12.14

¿Por qué tres?

Escribió, luego pensó / No te atrevas / Pensar es detenerse / Andar es acción / Atravesaron la ciudad / Pasado, presente, futuro / Los detectives salvajes / Como fruta fresca / No encontrar nada / Búsqueda sin intención / Café con leche / Acatar la ley / Sin obra concluida / ¿Hasta cuándo aguantar? / ¿Y luego qué? / Encender la vela / Apagar la luz / ¿Qué estará haciendo? / Ir perdiendo ciudades / ¿Por qué tres? / De tanto tirar / Por no tener / Sin ánimos de lucro / Ave María Purísima / ¿Quién es ella? / Sin pecado concebido / Viernes de madrugada / Lunes de hastío / Veo tu cara / Vida de perros / Hacer el amor / Desde que partió / Nada es igual / Y sin embargo /Cuando me levanto / Sino me acuesto / Lágrimas de cocodrilo / El brazo político / Sin los demás / Plantas de interior / Libros sin leer / ¿Y si no? / No puedo evitarlo / Padre y madre / Hijos sin hijos / La isla perdida / Ya está bien.
 

17.12.14

El remedio contra el loop

Quisiera escribir la novela eterna, la trama inagotable, el indestructible monólogo interior, poder lograr lo que nunca he logrado: respirar sobre el papel y plasmar mi aliento como la justa evidencia de esta vida intermitente. Claro que de algún modo eso es lo que intento con mi literatura: retratar una existencia descomunal. No por los eventos que la mueven desde afuera, los cuales son para nada descomunal, sino por su empeño interior en permanecer desatada y en continuo progreso hacia la incontinencia. A veces pienso, mirando las evidencias, que mi literatura está destinada a ser un muelle espacial, flotando sin más raíz ni testigos que las palabras que me apure a dejar.

No niego que siempre me estoy contestando la misma pregunta, escribiendo la misma historia a través de múltiples palabras, pero acaso ¿quién no? ¿Acaso no hay hechos suficientes para pensar que la vida avanza hasta un cierto momento (por cierto demasiado pronto) y a partir de ahí todo es un loop, un girar sobre un mismo eje, un transitar senderos circulares hasta olvidarse el trayecto recorrido y tropezar una y otra vez con paisajes que uno intuye ya vistos?, y sin embargo sospechar al mismo tiempo que todo volverá a suceder, sin más esperanza que la aparición de un nuevo circulo regalándonos el engaño de estar dejando atrás lo mismo que acaba de llegar. No lo sé, por eso yo escribo, para identificar los círculos que voy transitando y lo que mora adentro mío mientras todo sucede una y otra vez, pues me resulta imposible advertir las repeticiones del camino mientras vivo con los ojos puestos en el mundo no-escrito.

16.12.14

Generación Shandy

Por mi parte estoy intentando aprender un poco de ambas generaciones, las nuevas y las viejas. Como siempre yo en el medio, observando a ambos lados, bebiendo un poco de todo y evitando formar parte de cualquier compañía, siempre al margen, siempre incapaz de un sentimiento nacionalista. Tal vez por eso mi literatura a veces pende de un hilo sobre el mundo. Miro a las nuevas generaciones y aprecio la valentía de escribir en primera persona sin que en ello haya un juego, miro a las generaciones de arriba y admiro la técnica exquisita para desarticular y realzar cualquier sentimiento, verdadero o falso, personal o ajeno.
Sin embargo lo que es una evidencia en todos los paisajes generacionales es el poder de la Palabra. Mire arriba o abajo, yo sólo me siento pagado cuando miro hacia adelante y lo que veo es una pantalla en la que van apareciendo mis letras, que a la vez van formando palabras, y luego oraciones destartaladas, pero poco a poco, ensayo a ensayo, van fundando una literatura. Y ese es mi gran regalo, mi mayor satisfacción…y mi mayor consuelo frente a los tesoros literarios de las nuevas y viejas generaciones. Allí en medio estoy yo, pequeñito, lejos de todos ellos e incluso de los poetas de mi generación. Sentado en un escritorio que nunca es el mismo, ni tampoco lo es el paisaje que tengo en frente. Soy un escritor de literatura portátil y miembro de la generación Shandy, una generación ajena a edades y fechas, más bien un movimiento de escritores unidos por un espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, y simpatía por lo absurdo.
Mi literatura busca hablar de un mensaje codificado para maquinas solteras que escriben por allí, en algún lugar del mundo. Voy robando intenciones generacionales para contagiar mi estilo y mantenerlo liviano, seductor, y portátil; cultivando siempre el arte de la insolencia.