22.10.13

Estimada lectora

Una oración seguirá a otra. Confíe en mí y sígame. Podrá oír con claridad los pasos sincronizados de mis palabras desfilando frente a sus ojos. Créame, avanzar le resultará casi un reflejo. Se lo prometo, para eso me esfuerzo con obstinación, pues no me agrada que falten palabras en mis textos, mucho menos que sobren, o peor aún, que suene frio el conjunto de oraciones. Pero por encima de todo no me perdono perder su atención. Quiero que vaya recogiendo cada palabra sin pensar en lo que está haciendo, sin saber por qué avanza. Quiero que mis palabras, una vez leídas, salgan corriendo del papel para esconderse por los rincones de su casa. Y mañana, cuando usted esté yendo de la cama a la ducha y mis palabras ya sean suyas, aun le murmullen mensajes al oído.

¡Lea! Usted lea sin saber lo que está haciendo. Despreocúpese, mi vocabulario, ligero y agradable como trozos de atún macerado, no oculta segundas intenciones. Bájele la guardia a mi relato que con tanto empeño escribo para usted, pensando en usted, eligiendo con empatía cada palaba que me viene a la mente. Liviano es lo que digo y por eso la estoy llevando de paseo, así, tomada de los ojos.

Mi intención es calmar esa sed que usted ya traía pero que en parte también se la he avivado yo; y la cual hemos puesto en evidencia entre los dos. Eso sí, quiero calmar su sed a cuenta gotas, al mismo paso lento y despreocupado al que avanzan sus ojos.
Camine sin reparo que yo le dejaré saber cuándo detenerse. Será el punto final de la última oración cuando le pida que alce la vista para ver el mundo real. Y usted no tendrá más remedio que obedecer. Será entonces cuando vea sin vértigo en las tripas un acantilado a dos pasos suyo. El viento llegándole desde abajo le hará fijarse en la tierra seca que revolotea al borde del precipicio. La sed continuará latente en cada espacio de su boca y por más que intenta aliviarla pasando su lengua por el paladar, usted sabe que la sed no es algo importante en este momento. Primero deberá entender dónde es que se encuentra, cómo es que llego hasta aquí, dónde ha estado usted realmente durante todo el trayecto que la trajo hasta este punto.

Quieta y deshabitada frente al acantilado finalmente resolverá que todo sucedió: lo que leyó y lo que sea que la haya traído hasta donde está parada. Se refugiará en ese pequeño consuelo, aunque ya le advierto que se le ira escapando con el correr de los minutos, como un sueño al despertar.